Coach Artístico, Pianista & Comunicador

¿Qué es la música?

por Antoni Tolmos.

Suelo empezar la primera clase con estudiantes universitarios con una pregunta cerrada. Las preguntas cerradas son aquellas que pueden responderse únicamente con dos opciones «sí o no». Si añadimos una tercera opción, lo dejaríamos en “no sabe/no contesta”. Son preguntas que no nos hacen pensar más allá de si sabemos o no lo que nos están preguntando. Pues bien, la primera pregunta es ¿Sabéis qué es la música?

Los estudiantes universitarios en primero de carrera siempre tienen 18 años. Cuando con 24 años me inicié en la docencia universitaria, en mis clases estaban sentados amigos míos. Pero no tardé en sospechar que la evolución natural de la vida crearía paulatinamente una distancia generacional con mis alumnos que, aunque ellos en primer curso siempre tendrían 18 años, yo, si Dios quería, cada curso tendría un año más. En la actualidad, sentados en mis clases están los hijos de mis amigos.

El primer día de clase ante una pregunta tan fácil como si saben qué es la música la respuesta generalizada suele ser clara, rápida y afirmativa.Cómo no van a saberlo si estos jóvenes se despiertan con música, la escuchan durante todo el día, se divierten con música, se enamoran con música, aman y lloran con música.

Después de esta primera pregunta cerrada les lanzo una nueva cuestión en forma de pregunta abierta. Las preguntas abiertas no pueden responderse con un sí o un no y requieren un esfuerzo mayor. Se requiere un razonamiento más complejo. Precisan pensar. Dios creó el silencio haciendo una pregunta abierta. Y es ese silencio el que inunda el aula cuando formulo a mis estudiantes ¿Qué es la música?. Lo más impactante son las miradas perdidas buscando en el infinito aquella respuesta que nunca se habían planteado. Si para la primera pregunta bastaron dos segundos para empezar a escuchar los primeros síes, para la segunda nos suele llevar una hora de clase tener construida una definición justificada de qué es la música.

«Los jóvenes se enamoran con música, aman y lloran con música»

Que el profesor defina un concepto al inicio de clase para que sus alumnos lo anoten en las libretas/tabletas en pocos segundos es la forma más certera de que esos estudiantes nunca comprendan el significado de ese concepto. Como mucho lo estudiarán para el examen utilizando la memoria a corto plazo y lo olvidarán para siempre unas horas después de hacer la prueba. Por este motivo, prácticamente nunca hago exámenes a mis estudiantes. Las definiciones no hay que leerlas, hay que descubrirlas.

Con el fin de definir qué es la música iniciamos una lluvia de ideas a base de decir palabras clave que puedan relacionarse con ella. No tardan en aparecer términos como lenguaje, comunicación, emociones, sentimientos, instrumentos, notas, etc. Y, de repente, aparece la palabra arte. En ese momento hago una pausa en las intervenciones de mis alumnos y lanzo una pregunta inocente “¿La música es un arte?” Pregunta cerrada. Y no tardan en aparecer expresiones como “por supuesto que sí” “evidentemente” “depende”. ¿He oído depende?  Como diría el gran Pau Donés ¿de qué depende?. Justo en ese momento sirvo una nueva pregunta abierta hacia mis entusiasmados estudiantes. ¿Qué es arte?. Y de nuevo se crea el silencio.

De las numerosas definiciones de arte que aparecen en los diccionarios considero la siguiente como muy completa y sobre todo llena de misterios. Arte es: “Actividad en la que el hombre recrea, con una finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas valiéndose de la materia, la imagen o el sonido.” (Vid. Oxford). Cada uno de los términos que conforman esta definición nos daría para largas horas de debate. En primer lugar y sin entretenernos demasiado en ello, no por no ser importante sino por escaparse de la temática de este artículo, podemos añadir la palabra mujer cuando escribe “actividad que recrea el hombre”, si bien seguramente aquí el término hombre se refiere al ser humano como ser creativo. Sobre la finalidad estética a la que se refiere podemos discernir que la estética es en esencia algo cambiante y no demasiado amigo de la lógica. Quiero decir que cuando Beethoven, por poner un ejemplo, comenzó a enseñar sonoridades más intensas y románticas en sus obras, estas se escapaban claramente de la estética compositiva predominante hasta ese momento. Por tanto, Beethoven, a mediados del siglo XVIII desvió la estética del clasicismo musical hacia colores más profundos, apasionados y en definitiva más románticos. A oídos del público de esa época y como todo precursor, no fue, su estilo, fácilmente aceptado pues no coincidía con la estética de la época. Otro ejemplo es cómo hoy día sentimos emoción al escuchar una secuencia de acordes jazzísticos llenos en su esencia de disonancias y son esos mismos acordes los que hubieran causado estupor, si se hubieran interpretado en plena Edad Media, cuando además se prohibía literalmente el uso de ciertas sonoridades a las que se les atribuía poderes maléficos. Por tanto, siendo cierto que arte y estética son términos inseparables, pongo en duda cuál de los dos prevalece.

Hallamos también, en la definición de arte, la expresión “en formas bellas”. Pero ¿qué es la belleza? ¿Quién decide que algo es bello, no tan bello o directamente feo? Los parámetros de belleza los define la estética que en ese momento se entienda como corriente mayoritaria, lo cual no quiere decir que algo sea bello para todo mundo, y que algo que puede ser bello para una minoría podría serlo también para una mayoría, si lo consideráramos en otro momento con otra estética, otra cultura o en otra época.

«siendo cierto que arte y estética son términos inseparables, pongo en duda cuál de los dos prevalece»

Hasta el siglo XX podemos encontrar ciertas similitudes entre la belleza del arte y la belleza de la naturaleza. La arquitectura, la escultura, la pintura y también la música se inspiraban en formas fácilmente comprensibles para el público, para el gran público. En música diríamos, muy atrevidamente, que hasta el siglo XX la música que se creaba sonaba bien, agradable, familiar a nuestros oídos. Y ya entrado el siglo XX, la música creada ya no sonaba tan bien, tan agradable. Lo mismo ocurría en el arte visual, con movimientos como el surrealismo en donde las nuevas formas se escapaban de lo comprensible a primera vista. Lo que estaba cambiando era la base estética. Ya no se perseguía tocar el alma del espectador como principal propósito sino que se proponía una nueva obra a modo de provocación, de contravenir las normas que hasta ese momento posibilitaban obras más cercanas y digeribles. Seguramente se perseguía un enfoque más intelectual.

En este sentido y sin ser una división correcta, acostumbro a clasificar la música en dos grandes bloques. La que nos suena bien y la que nos suena mal. Y no he escrito “la que suena” sino “la que nos suena”. Porque los sonidos son eso, sonidos. La música, la que estamos intentando definir en este capítulo, está formada por sonidos, sin más. Claro, una primera propuesta sería basarse en que quien crea la música sabe cómo ordenar esos sonidos para que suenen bien pues ha estudiado la teoría y la armonía musical. Entonces, ¿aquellos músicos que no han estudiado música de manera académica y no saben leer o escribir en un pentagrama cómo logran, algunos, componer melodías y canciones maravillosas? Todos conocemos algún músico que toca o compone de oído y lo hace de un modo genial. ¿En qué se basa? Pues únicamente se basa en tener una visión de futuro, imaginar algo que aun no existe y darle vida

personificándolo. Para imaginar algo nuevo es recomendable aunar lo que ya conocemos y lo que nos falta para conseguir nuestra nueva creación. Y evidentemente somos hijos de lo que conocemos, lo llamamos raíces culturales, tradicionales y también estéticas. Quien sea más creativo conseguirá añadir nuevos elementos a los ya conocidos para proponer al inicio y para imponer al final una nueva creación basada en una estética cambiante.

«crear se basa únicamente en tener una visión de futuro, imaginar algo que aun no existe y darle vida»

Siguiendo con nuestro análisis de la definición de arte nos surge una nueva pregunta. ¿Para qué sirve?  Hace tiempo escuché una respuesta que me llevó a reflexionar. El verdadero valor del arte se debe a su clara inutilidad. En la pregunta ¿Para qué sirve el arte? Se esconde el enfoque utilitarista y algo que es útil lo es para cubrir una necesidad. Por tanto, ¿es necesario el arte? Si nos centramos en la definición de necesidad, observamos que es necesario, si nos proporciona mayor bienestar. Y ahí podemos remontarnos a la teoría de las necesidades de Abraham Maslow que lo definió en su obra Teoría de la motivación humana en 1943. En su famosa pirámide de las necesidades, Maslow sitúa en la base las necesidades básicas como beber, comer y todo lo referente a cubrir aspectos de índole fisiológico. No atender a ellas es un atentado directo al bienestar y puede significar un rápido deterioro de nuestra salud que puede conllevarnos la muerte. Son necesidades vitales y no podemos renunciar a cubrirlas, según el instinto natural de supervivencia. En la parte inmediatamente superior de la pirámide aparecen necesidades de menor grado y que hacen referencia a nuestro sentimiento de protección y seguridad vital. Estar protegidos dentro de una casa o como en épocas pasadas dentro de una cueva. Y así seguimos ascendiendo en nuestra pirámide para encontrar necesidades de tipo relacional y social, es decir, sentirnos parte de un grupo y a la vez sentirnos admitidos por ese grupo. Y en la cúspide de la pirámide se halla la necesidad de sentirnos realizados y si elevamos aun más este grado llegamos a la necesidad de sentirnos arropados de forma espiritual y trascendental. Cabe señalar que, según Maslow, una necesidad no puede ser satisfecha, si no se ha cubierto una necesidad anterior y descendente. Sin olvidar que esta teoría es aplicable a cualquier persona independientemente de su origen, nivel social y cultural.

A partir de esta exposición sobre la gradación de las necesidades en un ser humano, ¿en qué lugar situaríamos al arte como factor que ayuda a cubrir nuestras necesidades? Seguramente el arte no es necesario para vivir pues no cubre ninguna necesidad de tipo vital.  Aunque, como hemos visto en estas líneas, quizás cubre necesidades de tipo espiritual o trascendental. Y si al inicio de este capítulo afirmábamos que la música es un arte, podemos concluir ahora que quizás la música no nos quite el hambre pero incuestionablemente alimentará nuestro espíritu.

El filósofo alemán Arthur Schopenhauer definió así la música en el siglo XIX: «La música es un ejercicio de metafísica inconsciente en el que el espíritu no sabe que está haciendo filosofía». Cuando a Beethoven le  preguntaron qué era la música, él respondió: “La música es una revelación más alta que la ciencia o la filosofía”. En una línea semejante, Platón afirmaba que “La música es un arte educativo por excelencia, se inserta en el alma y la forma en la virtud”. El polifacético Robert Fludd, afirmó en el siglo XVII basándose en las teorías pitagóricas, que la música no fue una invención del hombre, sino del Creador del mundo, quien hizo que los orbes celestes giraran en armonía, creando así la “Armonía de las esferas»,  afirmando que cada planeta producía un sonido y que numéricamente esa armonía conectaba el alma con el cosmos. Una definición más intimista es la de Víctor Hugo «La música expresa aquello que no puede decirse con palabras pero que no puede permanecer en silencio.

“La música es un arte educativo por excelencia, se inserta en el alma y la forma en la virtud” Platón.

En nuestro empeño en definir qué es la música hemos hablado de arte y de su utilidad con una intención más filosófica y subjetiva que técnica. Si buscamos definir la música de una forma más terrenal y lógicamente más técnica, atendiendo a que la música, como producto, es algo inmaterial e intangible, pues es invisible, diremos que es el arte de los sonidos. Más concretamente es el arte de combinar los sonidos. Sin sonido no hay música, aunque no pretendo entrar ahora en discusión con John Cage del que recomiendo la audición de su obra 4’33» en cualquiera de sus innumerables versiones.

En definitiva, no es tan importante poder definir qué es la música. En todo caso, lo que puede tener sentido es saber qué es la música para cada uno de nosotros.  Y aun más importante, centrarnos en lo que nos hace sentir sin saber lo que es.

Así pues, ¿qué es la música?


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Antoni Tolmos es concertista, conferenciante y Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación.

www.antonitolmos.com/es

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